Ya conté antes lo complicado que es salir de la casa, pero hemos ido mejorando en ello y todavía no entendemos cómo es que lo logramos. Sin embargo de vez en cuando resultan imprevistos y finalmente llego tarde al trabajo, confiando en que los jefes entiendan que es una excusa válida.
Ese día, que mi olfato no olvidará, no pudimos encontrar la tarjeta de transporte de mi esposa, de manera que el plan matutino cambió y llevamos al niño a su sitio y a ella la conduje a su trabajo, luego las niñas a la guardería.
Faltando una cuadra para llegar a la puerta del edificio, empecé a escuchar un sonido detrás de mí y le pregunté a mi esposa que si alguna de las niñas se estaba "ahogando" -no quise utilizar la palabra correcta-. Ella, que sufría una tortícolis horrible, no pudo verificar y debí apuntar mi oído, solamente para constatar que efectivamente esa niña estaba vomitando la leche que había tomado más temprano, giré el cuello y vi cómo de su tierna boquita, salía en cascada la blanca regurgitación.
No sé si fue solidaridad o influencia, pero una de las niñas que iba en la tercera fila del carro procedió a imitar y ambas desencadenaron al unísono el desagradable sonido de una tremenda vomitada. Mi esposa le preguntó al jardinero, al llegar a la entrada, que si era posible conseguir una manguera para lavar el carro y a las niñas… Obviamente no, tampoco entrar al edificio, es un local del gobierno con mucha seguridad.
Despedí a mi esposa y tomé el camino de regreso a la guardería con todas las ventanas abiertas para respirar el aire de la calle y evitar el olor, mezcla de quesito podrido con pecueca*, manejando a 110 Km/h, mientras pensaba qué hacer. Lo primero fue avisar en el trabajo que iba a llegar más tarde y la razón.
Parte del plan ya lo tenía resuelto: dejaría a la niña limpia en la guardería mientras iba a a casa a ocuparme del desastre. Así fue, le dije a las profesoras que luego volvía con las otras dos sin dar ninguna explicación. Al llegar a casa, examiné la escena tratando de resolver la siguiente etapa y concluí que los diseñadores de las sillas de seguridad para los carros, nunca en su berrraca vida han tenido que limpiarlas de vómito.
Safé ambas sillas sin sacar a las niñas de ellas, montadas cada una en la suya, y aún amarradas con los cinturones, así las subí hasta el baño y las tuve que dejar un rato mientras esparcía bicarbonato sobre los asientos y tapetes del carro. Siempre, mi querido lector, trate de mantener bicarbonato de sodio en casa y en el carro, en la pañalera, en todo lado, será su mejor amigo.
Las saqué de las sillas y me dispuse a bañarlas y vestirlas para llevarlas a la guardería, los asientos podrían esperar un poco. En la guardería no dije nada, pero con la sospecha de que me llamaran más tarde por nuevos "incidentes".
Cuando volví a la casa, coco ya había ayudado un poco con la limpieza de los asientos. Cada uno lo metí a la bañera y a punta de cepillo y cepillo de dientes, lavé cada estría, hendidura, hueco y relieve de las chapas de los cinturones, porque los diseñadores de las sillas de seguridad para los carros, nunca en su berrraca vida han tenido que limpiarlas de vómito. Tuve que lavar los forros en los asientos porque gracias a una razón ilógica y desconocida, a este modelo no se les puede quitar ni el forro ni la espuma para lavarlos. Tenga en cuenta eso cuando vaya a conseguir los asientos para sus hijos.
Usé jabón líquido para trapear pisos y blanqueador en polvo.
En el carro, la porquería no fue tanta y bastó con "barrer" el bicarbonato esparcido y limpiar luego con paños húmedos de Clorox. Pese al esfuerzo, ese olor característico penetra todo tipo de tejidos, incluyendo los nasales, y estuvo de pasajero en el carro al menos por una semana. Lo bueno es que era verano y podíamos andar con las ventanas abiertas.
*pecueca
nombre femenino
AMÉRcol. desp.
Olor fétido que despiden los pies de una persona por falta de aireación o higiene.
Google.ca
En Colombia hubo una serie de televisión llamada Vuelo Secreto, en la que un personaje se autodenominaba "triple papito" (Fabio Rubiano) debido a su contundente autoestima suponiéndose un hombre hermoso, cuando no era tan agraciado. Desde eso, se le dice triple papito a los hombres muy atractivos. Fue una tía quien me dijo por primera vez "triple papito" cuando se conoció la noticia de que iba a ser padre de tres niñas, y en ese momento la expresión cobró otra vida con un sentido literal.
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