Llevo muchos años cocinando y nunca había hecho pan, años de antojo hasta que me decidí. Aquí en Montreal la Semana Santa no es como en Colombia, las empresas dan libre el viernes o el lunes (de pascua), y en la mía fue el viernes, pero la guardería y el colegio de mi hijo cerraron el lunes y debí quedarme en casa con los cuatro.
Y escogí ese día para hacer el pan.
Esperé hasta que las tres se durmieran al rededor del medio día, mientras ponía la ropa mojada a secar en la máquina le pedí a mi hijo de seis años que me diera una mano. Mientras empecé el desastre de la masa, ellas se fueron despertando una a una llorando, debí suspender por un rato.
Una de ellas tenía el pañal tan desbordado, que lo obliga a uno a decir groserías. Tuve que ir a bañarla urgentemente mientras su hermano las vigilaba en la sala. Bañada, fresca y vestida, procedí a cambiar a las otras para evitar nuevos desbordamientos.

Una de ellas empezó a llorar con una angustia terrible, y precisamente suceció lo temido, al parecer el almuerzo no les cayó bien. Pausa al DVD y corra al baño a lavarla. Ya era tiempo de continuar con la masa... de pan. La partí en cuatro, hice bolas que se marcaron con unas cortadas en × y otro rato de reposo para que la levadura actuara otro poquito.
Tiempo de teteros. Ensayé darles jugo de manzana, pero fue un fracaso: estaba tan dulce que ellas se ahogaban, aunque parecía gustarles, sus gargantas no estaban preparadas para ello. De todas maneras tomaron casi la mitad cada una... mientras bebían: doblar ropa y Game of Thrones.
La masa había crecido casi el doble, momento de meterla al horno y volver a mis labores: cuidar niñas, doblar ropa y ver Game of Thrones. Pasó más o menos una hora y el pan estuvo listo. Lo saqué a enfriar y mi hijo y yo probamos. A él no le gustó, a mí me pareció que quedó bueno, como los panes italianos del mercado con costra dura y miga densa; y a las trillizas les fascinó, les di a probar y al terminar lloraron por más.
Otra habilidad más para la hoja de vida
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